La esencia del mundo es lo “líquido”, las corrientes, los fluidos que afloran del cuerpo. La “inmersión absoluta” en el agua, el baño diario, es rito obligado, a media mañana, desaletargándonos del sueño (única forma de comunicación con los dioses particulares de “las entidades”, encabezados –nunca mejor dicho– por la divinidad trifálica, exquisitamente obscena en su iconografía), y dándonos una renovada bienvenida a la “vigilia”.
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