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“El deseo total es irrepresentable: incluso verbalizarlo lo estropea”

(José Carlos Somoza)

"¿Existen voyeurs más ávidos que los lectores?"

(Jota Haro)

"Me saciarás de gozo en tu presencia"

(Salmo 15)


“Esas microsociedades electivas, eróticas, no ganan nada si son transparentes y se exponen a la opinión pública. Discretas, cuando no secretas, ganan más en eficacia cuando no se arriesgan al juicio moralizante de los que –carentes de coraje, calidad y temperamento, faltos de imaginación y audacia– aspiran a esa diversidad erótica, no la obtienen y, según un principio tan viejo como el mundo, desprecian lo que no pueden ni saben alcanzar. No hay la necesidad de darles la oportunidad de un falso moralismo que oculta un auténtico resentimiento”

(Michel Onfray. LA FUERZA DE EXISTIR)

TOCA EL PICASSO Y VE

domingo, 13 de enero de 2013

Capítulo Primero: PLACER PLENIPOTENCIARIO



Encontrar quien prodigue una felación premium ciertamente no resulta sencillo. Hay que experimentar con paciencia. A veces las bocas menos auspiciosas nos sorprenden por su performance y cálida hospitalidad. Son como esos anfitriones cordiales que nos permiten relajarnos por completo y disfrutar. Labios carnosos, en apariencia ideales, me han obsequiado mamadas epilépticas, atolondradas, de una o dos estrellas. Lo que se dice puro empaque que desatiende las altas expectativas despertadas en la libido del usuario. Porque receptáculo seminal puede ser cualquier cosa. Cierto colega me narraba sus masturbaciones adolescentes introduciendo el miembro en papayas a punto de putrefacción que abundaban en su pueblo. Se regodeaba en el detalle de la resistencia fugaz que ofrecía la cáscara, himen frutal del trópico; el glande conquistando el interior húmedo y texturizado; el roce frenético que agitaba la sobrepoblación de minúsculas semillas negrísimas y, finalmente, la generosa oleada espermatozoica que bautizaba a la papaya como “lechoza” (este amigo sufría pesadillas recurrentes donde frutas que exhibían su rostro aullaban su nombre desde la cavernosidad fétida de botánicas bocas desdentadas). Recuerdo que el personaje literario de “El lamento de Portnoy” se hacía la paja envolviéndose el pene con un bistec de hígado vacuno. El gastroerotismo también incluye la piel exterior, grasosa y granulada, de los cuellos de pollo, a la usanza de preservativos avícolas, en una suerte de necrozoofilia de nuevo cuño. Total, la enseñanza del reciclaje se propaga entre nosotros con delirio proselitista. Y ni hablar de las innovaciones que el sex-shop propone: ventosas succionadoras de presión variable, bocas de bolsillo, zonas pélvicas rotativas de silicón y látex que la industria del polímero optimiza sin deterioro bursátil para sus accionistas.

Yo, he de decirlo, prefiero las bocas humanas femeninas. Aunque el mejor “blow job” me lo propinó en el hídrico carnaval veneciano un(a) drag queen (con los efluvios etílicos y las elaboradas máscaras de la comedia dell arte no me enteré hasta el final). El/la me aprisionaba el bálano  entre las papilas gustativas de la lengua y el cielo de su boca, permitiéndome recrear, palmo a palmo, el jardín de las delicias del Bosco. Y es que entre las particulares anécdotas del sexo oral abundan las aficionadas que pueden llegar a lesionarte, causándote traumatismos de índole y consecuencias diversas,. Después es conveniente introducirlo en agua mineral helada o infusiones tibias de manzanilla que aminoren la inflamación y borren hematomas comprometedores que de ninguna manera han de exhibirse en plan de trofeo de guerra (otro amigo ostenta, en pequeños frasquitos con formol, su curiosa colección de hímenes desgarrados, metáfora de orquídeas preservadas en invernaderos clandestinos).

Pero, volviendo a la oralidad –que no a la verbalización– del sexo, aquí los dientes afilados o las aristas disparejas constituyen el enemigo que debería ser tratado por odontólogos especializados. Hay mujeres que, vox populi ma non vox dei, se babean. Te lo babean al estilo perro con una secreción salivar irrestricta que te gotea hasta el sur del río grande de la ingle. Las dulcineas te lo lengüetean como baños de gato, sin atreverse a alojarlo en su boca. Pasión espesa se me antoja cuando me chupan los testículos, convenientemente depilados para que ningún vello impúdico incomode la bucalidad circundante. Se trata de facilitar el placer propio y ajeno, ya que la gratificación de una partenaire agradecida se retribuye en detalles preciosistas cuya sumatoria gestáltica potencia la complacencia de ambos.

Creo firmemente que es en el coito donde la complicidad adquiere trascendencia. Si no hay química, el asunto se tranca y nadie jode. Si las feromonas de uno y otra no compatibilizan entre ellas, el disfrute se va, sin escalas, a la mierda. Aunque es cierto que uno, como hombre, siempre termina. Salvo carencia, horror u omisión, los varones eyaculamos sin hacerle ascos a las condiciones meteorológicas. Es más, a veces apuramos el paso para recuperar nuestra indumentaria y emprender una retirada estratégica. Y el summum, sí, es acabar dentro. Supongo que debe ser un antiguo tic nervioso de nuestra nuevemesina estancia uterina. Dentro. Adentro. A bocajarro. Si es nuestro elixir, será divino. Santificando cada orificio con nuestra buenaventuranza seminal, viscosa y perfumada. Millones de espermatozoides lo agradecen moviendo tiernamente sus colas. Gentiles mascotas genitales buscando hogares adoptivos. Consagrados a la perpetuación de la especie. Follad y eyaculáos. Multiplicad vuestros orgasmos, dicta mi dios hedonauta. Una divinidad erecta que se masturba complacido contemplando la magnificencia de sus criaturas. Senos turgentes que apuntan al sol, la luna, los planetas y las estrellas. Junglas de vellos púbicos bañados en semen, sudor, cataratas de fluidos. Orificios dedicados, en cuerpo y alma, al santo oficio del sexo placentero. Bacanal planetaria de desnudos adosados. Nadie sabe donde concluye su mismidad y comienza la mía. Otredades interconectadas. Buscando oro en minas dérmicas. De donde surgen rubíes y diamantes. Recital de membranas que se contraen y expanden. Sonidos guturales que nos reconcilian con el entorno por opresor que sea. Digitalización de labios mayores y menores con sus particularísimos improptus que hacen palidecer a Schubert. Acordes étnicos del pene y el escroto percusionando el pubis. Sincronía pélvica inclonable, aún para las computadoras más avanzadas que indagan las coordenadas de la vida.

En un complot planetario, los jerarcas autodesignados de las religiones organizadas han pretendido, desde siempre, erradicar el sexo. Conocen a plenitud su poder proverbial, embriagante y conciliatorio. Y le temen. El placer de los sentidos los paraliza de terror, pues lo saben irrepresable. Es eros o tánatos. Satisfacción o destrucción. El sexo adhiere, cohesiona, otorga conciencia de especie global. Intentan en vano escamotear nuestra fisiología y animalidad que se impone sobre sucesivos barnices de civilización y cultura. Barbarie institucional impuesta, miedo mediante, a fuego y sangre. Pero, una vez más y como siempre, nuestra genitalidad se impone. Nadie puede ocultar eternamente que somos penes y vaginas bípedos que, para gozar, asumimos posturas cuadrúpedas, al ras de la tierra que nos sustenta. Vaginas y penes son quienes mandan. A pesar de cetros y coronas, cruces y banderas, escudos y armas, ropajes, uniformes y hábitos. Tenemos urgencia de estar juntos. Unos sobre otros, dentro de otros. Deseamos fervientemente ser otros y saborearnos a nosotros mismos. Degustar. Saber a qué sabe. Asumirnos en ese espejo parabólico y opaco.

Y ni la gastronomía, ni el deporte, ni las artes, ni la tortura, ni la violencia, ni todo el marketing esotérico de ninguna era ha podido reducir a eros, esa auténtica divinidad que nos (con)mueve desde adentro, restituyendo nuestros poderes creadores y recreativos que habitan zonas francas donde el placer y la libertad no pagan impuestos.

Cuando hacemos el amor somos dioses plenipotenciarios que ejercemos nuestra divinidad mediante el portentoso instrumento de nuestros cuerpos hermosísimos, ajenos a premisas estéticas.

El cuerpo es un prodigio de funcionalidad ergonómica y diseño. La ingeniería pretende imitar la sabiduría práctica de su fisiología. La inteligencia celular es un milagro. El placer es la respuesta. Si nuestra gratificación no lastima a nadie. Si nuestra satisfacción se proyecta en otros incentivando su disfrute, ¡voilá!

El ejercicio pleno de la sexualidad es un método de sanación exitoso. La estimulación de las endorfinas fortalece el sistema inmunológico. Abrazo, pues, responsablemente, la religión del bien, del placer, de la gratitud, de la gratificación, de la belleza, de la feliz consumación del deseo, del sexo.

Esta filosofía de vida propugna el bienestar integral del ser humano y su entorno, a través de la satisfacción intensiva y cualitativa de sus necesidades impostergables: sueño, alimentación, vocación, expresión, anhelos.

Destierro la culpa, los temores inculcados y el infierno. ¿Qué clase de dios minusválido requiere intermediarios? “Atrás, que se callen ahora las escuelas y los credos”, escribió Whitman. ¡De ahora en adelante desautorizamos a los fariseos!

Sexo voluntario, seguro y placentero. Sin promesas ni escarceos. La hermandad del humano gozoso no admite jerarquías. El cuerpo no es objeto de culto, sino instrumento. Así, pues, que nuestra fisonomía sea lienzo, obra de arte portátil e incesante, body painting. Sin cánones preestablecidos para que nadie aborrezca su identidad. No hay exclusiones. La diversidad se impone en cualquier talla, modalidad, textura, dimensión, peso. Aprenderemos entonces a escuchar nuestro cuerpo. Apenas hace falta algo de silencio.

No expongo nada nuevo. Documentándome, acceso a información que me remite al polémico tratado de Acirema Aporue, en los albores del siglo pasado, sobre el poder terapéutico y transformador del orgasmo. La máquina enciclopédica del tiempo me permite posar mis ojos en la ignota civilización zoak y su divinidad trifálica que permitía satisfacer, simultáneamente, las apetencias de sus acólitas. Esta sociedad dedicada al hedonismo contemplativo desconocía, incluso a nivel de léxico, los términos que diferencian la hetero / homo o bisexualidad: Para ellos el placer era omnímodo y se nutría de la música, la inspiración que proveían los vapores arrebatadores de sus brebajes y la gastronomía entendida como experimentación organoléptica. Todo formaba parte de ellos, como extensiones naturales de sus cuerpos. Se sugiere, veladamente, que los más avanzados conceptos relacionados con la armonía ecológica y la cita tan mentada “deja que el alimento sea tu medicina” proceden de los zoaks.

Deslumbrado, y sin mayor bibliografía evidente, me desvelo pescando en internet claves que me permitan seguirles la pista a través de milenios. En motores de búsqueda avanzada, bordeo círculos concéntricos que me arrojan en una espiral informática. Mareado, aplicando las ya casi olvidadas técnicas de investigación documental que me exasperaban durante mi estancia universitaria, me tropiezo con una página web aparentemente vinculada con aquella civilización pre-epicúrea, más antigua que los griegos, a la sazón, sus epígonos secretos.

Expectante, les envío un e-mail manifestándoles mi entusiasmo donde les solicito encarecidamente que me contacten, que acusen recibo, que cumplan con el protocolo web de responder mensajes. Escasas jornadas después, al intentar entrar en su dominio internetiano, la pantalla me informa que tal punto.org no existe, que no aparece registrado y que se encuentra disponible para quien quiera hacerse con su propiedad nominal en la red.

Palidezco. Me desconecto. Irracionalmente apago mi computador y me voy a un cibercafé desde donde acceso con el mismo resultado. Consulto mi dirección electrónica sin encontrar respuestas. Retorno a mi apartamento. Achispado por medio litro de ron, enciendo el ordenador y procuro registrar a mi nombre www.zoak.ve.

Proceso completado exitosamente. Contrato a una web-master y la instruyo prolijamente sobre el contenido. El diseño, sin pecar de simplista, debe privilegiar la lectura. Tiene que ser una web-page eficiente donde, a primera vista, el visitante obtenga una inquietante panorámica que lo seduzca a profundizar si está genuinamente interesado o que huya ipso facto. Sin proponérmelo, recluto a mi primera doctrinaria.

Irina es una entusiasta que pronto nos incluye en un montón de searchs, directorios e hipervínculos. Así y todo las visitas se resienten. Los e-mails recibidos son fatuos, vanos, imprecisos. De gente que busca otras cosas o no busca nada en absoluto. Salvo sexo virtual entre desconocidos, alias, nicknames que los enmascaran. Un anonimato orgiástico en solitario. Juego de naipes a distancia. Eyaculación derrochada a manos llenas.

No lo cuestionamos, pero pretendemos trascender eso. Irina me ha proporcionado enfoques diversos. Acentuada por su juventud, nuestra sexualidad ensancha las fronteras. Accedí a compartir cópula con una antigua novia de ella. Asertivo, escuche y accedí a todo lo que se me propuso. Nada de alcohol ni nicotina. Desnudarme y observarlas a ellas. Reencontrándose. Sorprendiéndose con otros modos degustativos, amatorios, lubricatorios, introductorios. Y yo, al margen, voyeur asumido, gimiendo dolorosamente erecto.

Mis manos temblaban. No me permitieron tocarlas. Sesión museística, arguyeron a capella. Si desacatas, juegas solo. Accedí, preso de mi celo. La protuberancia venosa más próxima al glande latía con taquicardia. Me arañaban, me lamían. Sin palabras, exprésate con onomatopeyas. Ellas maullaban o mugían. Yo gruñía. Me moría de la sed y me permitieron beber de su sexo. El sabor de Irina me lo conocía, Merlot de cosecha reciente. El de Ximena, inédito, Fontana di Papa. Juntas, ¿Jerez Fino La Ina?

Sus pezones me fueron vedados. Filibustero sin parche, ni una sola de las 4 aureolas cegó mis ojos. Ximena me ordenó que penetrara a su amiga, cuadrúpeda, mesa dérmica en el centro de la sala, mientras nos rondaba perversa, desnuda y soberbia. Me aleccionaron a que me detuviera a punto de correrme. Terminar así es demasiado fácil, rieron. Sentía mis testículos repletos. Nos vendamos los ojos con mis corbatas, inútiles para otros menesteres. No ver nos permitirá percibir distinto, coincidimos. Caninos, nos olisqueábamos todos a una. Incisivos, nos ensandwichábamos hurgando nuestros orificios. Molares, nos mordisqueábamos con salvajismo incipiente. El sentido de la realidad se dispersa. Cuando pude, a tientas, invadí tenazmente la estrechez pélvica de Ximena, apresurándome a inundarla antes de que me lo prohibieran.

¡ Ya somos tres neozoaks en el mundo !

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